El secreto de la riqueza y el éxito no están en el coeficiente intelectual
A diferencia de lo que muchos de nosotros podemos pensar, estudios a nivel internacional han demostrado que nuestro nivel de inteligencia, entendiéndose como IQ (coeficiente intelectual), tiene muy poco que ver con la cantidad de nuestro patrimonio...
Desde que a principios del siglo XX, Alfred Bidet definiera lo que se dio en llamar Coeficiente intelectual (CI) para examinar a niños franceses, se ha pensado que contar con uno elevado es signo de inteligencia, cuando otros muchos factores intervienen en este proceso hacia la madurez intelectual y psíquica.
En el año 1958, Davis Wechsler desarrolló el WAIS (la escala de Wechsler de inteligencia adulta) que surgió a la vez que otros muchos conceptos asociados, relacionados con algunos factores en el plano de las emociones que, a la postre, son los que intervienen en el éxito de una tarea. Así, surge el concepto de inteligencia social que acuñó Edward Thorndike, que definió como "la habilidad para comprender y dirigir a los hombres y mujeres y actuar sabiamente en las relaciones humanas". Este psicólogo creía en la existencia de una inteligencia abstracta y otra mecánica, la primera como habilidad para manejar ideas y la segunda por su capacidad para entender y manejar objetos.
Ya a finales del S.XX, las teorías sobre la inteligencia aumentaron considerablemente y el Dr. Howard Gardner (1983), de la Universidad de Harvard planteaba la teoría de las inteligencias múltiples como antecedente de la inteligencia emocional. El experto señala que existen siete tipos diferentes de inteligencia que nos relacionan con el mundo, como son la lingüística, Lógica, Musical, Visual, Kinestésica, interpersonal e intrapersonal; las dos últimas muy ligadas con el concepto de inteligencia emocional.
Lo cierto es que el concepto de inteligencia emocional fue acuñado en 1900 por dos psicólogos de la Universidad de Yale el primero: Meter Salovey y John Mayer, de la de New Hampshire.
Los psicólogos describieron cualidades tales como la comprensión de nuestros propios sentimientos, la empatía por los sentimientos de los demás y la regulación de la emoción, como una forma que mejora la calidad de vida y las relaciones con nuestro entorno.
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