Estoy enfermo de amor
El mal de amores
Dicen que superar una pena de amor toma entre un año y dos. Si lleva más tiempo, es porque la persona se regodea en su dolor, enlentece el proceso natural del olvido y no hace las cosas bien. Si lleva menos, es porque aquel amor no era tal, sino apenas un golpe al frágil ego.
Recetas para mitigar la desesperación de los amores contrariados no hay. Lo bueno es que éstos son como las varicelas o las paperas, pueden atacar sólo una vez, a lo sumo dos. Eso sí, cuando uno cae con la enfermedad, no hay quién lo salve. Por eso de ahí salieron todos los boleros, las canciones más románticas, los mejores poemas, las mejores pinturas.
Fue cuando rompió con Juan Carlos Onetti que la poeta uruguaya Idea Vilariño escribió sus mejores poemas (No llegaré a saber/ por qué ni cómo nunca/ ni si era de verdad/ lo que dijiste que era/ ni quién fuiste/ ni qué fui para ti/ ni cómo hubiera sido/ vivir juntos/ querernos/ esperarnos/ estar.) Fue pensando en Georges Sand que Chopin compuso sus mejores nocturnos.
Algunos pocos pueden hacer algo productivo y redituable con ese dolor, pero otros pobres, se comen las uñas, se deprimen, se largan a llorar en el baño, no pueden dormir, adelgazan, engordan, no se bañan, rompen a reír con carcajadas exageradas, salen de noche a correr maratones sexuales, hacen cursos para armar velas, se envician con alguna droga, meditan durante todo el día o planean a desgana un viaje a Marruecos.
Sin embargo, por alguna razón, el mal de amores nunca es tomado en serio, pues se considera que un amor no correspondido es un amor incompleto, de poco valor. Eso sí, cualquiera que haya sufrido una pena amorosa sabe que ésta se siente como una verdadera enfermedad. De hecho, desde los tiempos de Galeno hasta el siglo XVII los doctores consideraban el mal de amores como un legítimo y útil diagnóstico. En muchos casos quedaban conformes si diagnosticaban amor solamente, pues se asumía que el amor y la enfermedad eran virtualmente inseparables.
Cuando el modelo humoral de la medicina colapsó, en el siglo XVII, los doctores empezaron a dictaminar que el Mal de Amores no era una enfermedad mental.
A grandes rasgos, el modelo humoral de la medicina se basaba en apoyar las biorritmos curativos del propio organismo y buscaba la derivación y eliminación de residuos metabólicos a través de las vías de expulsión. También se basaba en una filosofía naturalista que privilegiaba lo natural frente a lo artificial, la Arcadia frente a la ciudad, la contempalción frente a la técnica.
Cuando este modelo comenzó a decaer, el Mal de Amores también perdió vigencia como enfermedad.
Se sabe además que los diagnósticos varían mucho según los factores culturales de cada época y que están sujetos al cambio permanente y a las modas. Hubo una época en que estaba de moda que las mujeres fueran diagnosticadas con histeria. Hoy, la histeria no existe más. Eso mismo sucedió con el Mal de Amores. Durante mucho tiempo, era diagnosticado como una enfermedad, se identificaban sus síntomas particulares. Pero un día perdió estatus y seriedad
En sus "Bodas de sangre", Federico García Lorca lo describe muy bien. Una mujer que le fue infiel a su marido cuenta cómo se enamoró de otro hombre: "...el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja..."
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