El pensamiento de amor en la oración
Abundas en lo que piensas: ¡Te conviertes en lo que miras!
No hay pensamientos neutros. No hay pensamientos fútiles. Todo pensamiento genera forma en algún nivel. Y sólo subyacen dos emociones básicas en cada pensamiento: miedo o amor. Si somos amor –o sea: si nuestros pensamientos suelen ser amorosos- generaremos una realidad afín a ese poderoso estado mental y emocional; henchidos de temor, nos espera una existencia plagada de descalabros, frustraciones... Por eso, querido lector o lectora, te insto a que cuides con sumo celo los contenidos que germinan en tu psique: porque a cada instante, tu realidad despierta a imagen y semejanza de lo que piensas y miras.
"Sois dioses": lo asevera Jesús de Nazareth. En ello radica nuestra verdadera "imagen y semejanza" con la Mente del Uno: nuestros pensamientos, al igual que los del Padre, constituyen la materia prima de la realidad. Leemos en "Un Curso de Milagros": "No hay pensamientos neutros (…) No hay pensamientos fútiles. Todo pensamiento genera forma en algún nivel".
Los pensamientos del Padre pueblan y erigen infinitos niveles de realidad: gestan cosmos, galaxias; Su psique divina es perpetua partera de seres, orbes, estrellas; Su inteligencia dota a todas las cosas visibles e invisibles de leyes físicas o espirituales que las hacen crecer, evolucionar.
La mente humana le emula con ímpetu –si bien con resultados dispares: sus ideas generan tecnologías que al principio asombran… ¡y que al poco tiempo se vuelven benignas o nocivas! Dota a sus máquinas de una prodigiosa inteligencia a la que con desdén apoda de "artificial"; es capaz de clonar a esas mismas especies a las que –con inexplicable saña- a veces se complace en extinguir.
En la diaria cotidianidad, nuestras mentes son capaces de desplegar un inmenso poder creativo –herencia natural del Padre: en la cima de la maestría, nuestros pensamientos producen grandes bendiciones. No obstante, en la sima de nuestras neurosis (cuando nos creemos separados del poder y los dones del Creador) los desvaríos del ego nos sumergen en hondos abismos de derrota.
Somos "dioses", vale decir, "creadores"; sin embargo, hay una diferencia clara entre nuestro desenvolvimiento y el de Dios: en el caso de la Mente del Padre, el despliegue de poder siempre es positivo, omnipotente; en el caso de la mente humana, los resultados varían –a veces eficaces; a veces autodestructivos.
¿Qué es lo que marca la diferencia entre una realidad y otra? Pues la calidad emocional de los pensamientos que generan esa determinada realidad. Y sólo subyacen dos emociones básicas en cada pensamiento: miedo o amor.
En el caso del Ser Supremo, todo pensamiento es infinitamente amoroso –y por ende, infinitamente creativo; en el caso humano, suelen cundir miedos –y esas vacilaciones le ponen traspiés a nuestra creatividad. Nos advierte el Talmud: "No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos". Y añade Buda: "Somos lo que pensamos".
Si somos amor –o sea: si nuestros pensamientos suelen ser amorosos- generaremos una realidad afín a ese poderoso estado mental y emocional; henchidos de temor, nos espera una existencia plagada de descalabros, frustraciones...
La mente nunca se detiene
Leemos en "Un Curso de Milagros": "Son muy pocos los que aprecian el verdadero poder de la mente y nadie permanece totalmente consciente de él todo el tiempo. No obstante, si esperas librarte del miedo hay algunas cosas que debes comprender. La mente es muy poderosa y jamás pierde su fuerza creativa. Nunca duerme. Está creando continuamente. Es difícil reconocer la oleada de poder que resulta de la combinación de pensamiento y creencia, la cual puede literalmente mover montañas".
Prosigue así: "A primera vista, parece arrogante creer que posees tal poder, mas no es ésa la verdadera razón de que no lo creas. Prefieres creer que tus pensamientos no pueden ejercer ninguna influencia real porque de hecho tienes miedo de ellos. Eso puede mitigar la conciencia de culpabilidad, pero a costa de percibir a la mente como impotente. Si crees que lo que piensas no tiene ningún efecto, puede que dejes de tenerle miedo a tus pensamientos, pero es improbable que les tengas respeto".
Nunca dejamos de pensar, vale decir, nunca dejamos de generar realidad –aunque creamos que nuestros pensamientos son inocuos y carecen de efectos.
Nunca dejamos de ser creativos –aunque nos sintamos impotentes o temerosos acerca de nuestro propio poder.
Los pensamientos de amor o miedo son los ladrillos con los que edificamos nuestra realidad. Y en cada momento del Ahora –ese eterno instante presente en el que transcurre nuestras vidas- estamos eligiendo en cual de ellos depositar nuestra fe.
Abundamos en aquello que miramos y pensamos
Asevera la distinguida maestra espiritual venezolana Conny Méndez que "abundas en lo que piensas". En palabras de D.L. Moody, si no abundamos en amor sino en vanos temores "estamos viviendo por debajo de nuestros privilegios". Está escrito que "Dios es Amor": ¿viviremos ajenos a tan bendita certeza, a tan vasto privilegio?
Al saber que dos emociones básicas –miedo o amor- afectan la percepción que tenemos de la realidad, es fácil inferir que nos convertimos en aquello que miramos. La investigadora norteamericana Candance Pert señala al respecto: "nuestros ojos se mueven todo el tiempo (…) ¿por qué se enfocan en ciertas cosas y comienzan a dejarlas a entrar en nuestras mentes y no lo hacen con otras? Es bastante simple: vemos aquello en lo que queremos creer. Nuestras emociones deciden qué percibir, a qué vale la pena prestarle atención. Y así, creamos el mundo que percibimos, percibimos el mundo que creamos".
Cuando abrimos nuestros ojos no vemos un "mundo objetivo" o el "mundo real": lo que solemos ver es el mundo que nuestros limitados sentidos físicos y nuestros neuróticos sistemas de creencias nos hacen percibir. En cada instante del tiempo presente, sólo haces dos elecciones: o bien te dedicas a observar el temeroso mundo del ego –donde un demente sentimiento de separación te hace sentir superior o inferior a las demás creaciones del Uno; o bien te dedicas a deleitarte en la amorosa gloria del Padre –donde una entrañable sensación de unidad e igualdad con el resto de los seres del Universo pacificará tu corazón.
Sí: es indudable que nos vamos haciendo semejantes a lo que miramos. El observador afecta a lo observado –y viceversa. El amor contemplado nos transforma en reflejo perfecto del amor: a su vez, ese reflejo que somos expande la realidad del amor sobre la faz de la Tierra… ¡y aunque nos cueste creerlo, deja sentir sus efectos hasta en el último confín del Universo!
Sólo la constante contemplación del Amor (el Yo Superior) nos permite trascender la limitada realidad que solemos proyectar. El Amor –la naturaleza divina que bulle en nuestro interior- nos facilita asimilar aquello que es Esencial pero intangible a la vista, experimentar ese invisible umbral de realidad ajeno al ojo del ego… ¡y hacer visibles las bendiciones más dulces que el Creador tiene dispensadas para nosotros!
"Orad sin cesar" (San Pablo)
"Orad sin cesar" recomendó hace dos milenios San Pablo: podríamos traducirlo por "pensad sin cesar en el Amor" o "contemplad sin cesar el Amor". Preconizó Jesús de Nazareth: "Ama a tus enemigos", pues es evidente que Aquel que es Todo Amor carece de opuestos; otra sentencia del Cristo, "ama a tu prójimo como a ti mismo", nos invita a tornarnos en perfecta imagen y semejanza del Amor, faros que proyectan omnipotentes reflejos de ternura y prosperidad sobre nuestros semejantes.
Oremos siempre con esta certidumbre: el Amor que todo lo puede, que todo lo transforma, es una fuerza infinitamente inteligente, infinitamente creativa, que responde a cada uno de nuestros pensamientos. Osho, el célebre gurú hindú, asevera: "Creatividad significa traer algo nuevo a la existencia, hacer un lugar para que lo desconocido penetre en lo conocido, hacer un camino para que el Cielo baje a la Tierra. Cuando hay un Beethoven o un Miguel Ángel, el Cielo se abre, las flores empiezan a caer desde el Más Allá"… y ese cauce espiritual trasciende toda barrera u obstáculo físico, toda creencia humana.
En tal sentido, sentencia la maestra espiritual estadounidense Mary Baker Eddy: "los hombres se consideran meramente físicos y nada saben del hombre como imagen y reflejo de Dios". Tal noción "nos impedirá desechar las dudas y temores humanos que acompañan tal creencia y así no podremos comprender las maravillas realizadas por el Amor infinito e incorpóreo, para quien todas las cosas son posibles".
Orar sin cesar significa perlar cada pensamiento nuestro con el imperecedero rocío del Amor. Las oraciones litúrgicas tienen su lugar. No obstante, y en palabras del pensador chino T. S. Nee, más que tener minutos u horas diarias de oración, "debemos ocuparnos por desarrollar una vida de oración y comunión con Dios", vale decir, espiritualizar cada idea que retoñe en nuestra mente para así erigir una realidad en plena concordancia con el Amor de ese Padre-Madre universal que es del todo abundante, del todo armonioso.
Muchas veces, en lugar de meditar u orar en la próspera naturaleza del Amor, nos castigamos con interminables monólogos mentales en los que –sin piedad- devastamos lo poco que va quedando de nuestra autoestima, fabricando erróneas imágenes de nosotros mismos.
Al contemplar las desiertas despensas del ego no hallamos alimento adecuado para alimentar a nuestras almas. Tan sólo tropezamos con vetustos envases y latas vacías, cuyas siniestras etiquetas anuncian los muchos sinónimos del miedo: "desesperanza", "terror", "duda", "demencia", "remordimiento", "celos", "odio", "culpa", entre otros.
Querido lector o lectora, que sea tuya esta certidumbre: del ego sólo obtendrás minucias; en cambio, el Uno te deparará siempre el Infinito, lo Incalculable...
La oración como constante y afectuoso fluir de la conciencia, como persistente contemplación del Yo Superior, doma a la mente encabritada, devolviéndole la mansedumbre propia del Amor.
Por eso, querido lector o lectora, te insto a que cuides con sumo celo los contenidos que germinan en tu psique: porque a cada instante, tu realidad despierta a imagen y semejanza de lo que piensas y miras.
Sí, amado o amada testigo de estas líneas: ¿qué estás eligiendo contemplar en este momento? ¿En qué nivel de realidad estás decidiendo abundar, co-crear? Porque –por favor- recuerda siempre: "Sois dioses…".
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