Consejos para relacionarse desde el amor
El amor sonríe cuando abraza a sus enemigos
Mientras no nos hagamos conscientes de nuestras carencias, compulsiones, adicciones, ciclos sin cerrar, resentimientos, miedos (los que heredamos de nuestros padres y los que fabricamos nosotros)… en fin, mientras no concienciemos nuestra propia falta de Amor, ¿cómo vamos a encontrar Amor en el prójimo? Si no somos imagen y semejanza del Amor… ¿cómo esperamos reflejarlo en nuestras parejas? ¿Cómo vamos a tener libre albedrío para amar cuando nuestra mente es una celda sellada con barrotes templados en el infierno de rencores añejos, soledades actuales, manías indeclinables y terrores futuros? ¿Somos emocionalmente responsables? Nuestra pareja es la respuesta…
Hace algunos meses, dos amigas del extremo austral del continente me escribieron conmovedoras misivas: desde Santiago de Chile, María M., de 42 años, habla de la ruptura de su matrimonio; esa unión "que nunca fue" se prolongó durante 18 años y produjo dos hijos; en tal lapso, su marido "nunca fue un padre presente"; "ahora me siento estéril", nos comenta esta santiagueña. "Estoy ávida de Paz, de solaz, de sosiego… ¿Por qué entonces me cuesta tanto ser feliz? ¿Será que la felicidad me está vedada?".
Pocos días después, desde Córdoba, Argentina, nos escribió María Z. de 31 años; muy joven, a los 16, contrajo nupcias; una década más tarde, y con un hijo a cuestas, su alianza se deshizo; los últimos cinco años de matrimonio ("muy turbulentos") estuvieron signados por la búsqueda espiritual, a través de la tradición hinduista; tras el divorcio, inició una relación con un compañero que compartía su búsqueda mística; no obstante, el hombre mantenía un romance paralelo con otra mujer; "me llevé por eso la desilusión de mi vida y lo dejé", dice nuestra amiga cordobesa.
Confiesa María Z: "me enfermé de los nervios y tengo pánico; en este tiempo he sentido que no valgo nada... hago terapia, pero siento que no da resultado. El dolor me conectó con mi parte más interna: he conocido la existencia de los ángeles y me aferré a ellos… aún así, no sé porqué en mi corazón hay un mar de odio, indignación y desolación. Soy una luchadora, mantengo a mi hijo sola, tengo dos trabajos y estudio".
Queridas Marías: cuando respondo a cuestiones tan profundas como las que plantean en sus cartas, lo hago desde mi propia vulnerabilidad; no me siento un gurú infalible (a Dios gracias) ni deseo asumir ese rol; a lo largo de los años, he transitado por problemas similares a los suyos. Algunos los he ido resolviendo; quedan otros por solucionar… aunque –tal vez- no esté siendo muy exacto con las dos últimas frases: porque, según mi experiencia, toda circunstancia no resuelta en nuestra Vida se reduce a un único problema: falta de Amor.
Regresar al Amor, una necesidad urgente
Afable lector o lectora: te invito a hacer un viaje en el tiempo. Sí, a esa época en que eras apenas un niño o niña.
Yo efectuaré mi propio viaje. Seguramente, encontrarás cosas en común; otras no te serán familiares; en todo caso, espero que mi historia te ayude; luego, volveremos con nuestras amigas Marías.
Mis padres estuvieron casados durante casi medio siglo. Sólo la muerte separó sus cuerpos. Sin embargo, en la práctica, siempre fueron almas separadas. Su relación de pareja fue disfuncional. En una época más liberal se habrían divorciado: la creencia en la indivisibilidad del matrimonio les impidió dar ese paso; cada quien por su lado, intentó ser buen padre, buena madre; desde el punto de vista material, su unión fue fructífera: acumularon patrimonio, engendraron hijos y cumplieron con sus responsabilidades; no obstante, desde lo emocional, su relación fue pobre (no recuerdo haberlos visto darse un beso, dirigirse palabras amorosas o tratarse con elementales muestras de cortesía; pasaban largos períodos –incluso años- sin hablarse); en lo espiritual, mi padre no parecía tener ninguna inquietud; mi madre la tuvo, pero no fue suficiente; uno se refugió en la ira; la otra, en la infinita tristeza; hace dos años, mi padre murió de cáncer; un año antes, mi mamá –antaño una brillante maestra- fallecía tras padecer Mal de Alzheimer durante una década.
¿Por qué hago este relato? Bueno, porque usualmente modelamos nuestra manera de relacionarnos con las parejas a partir de lo que aprendimos de nuestros primeros dioses, nuestros primeros maestros: los padres...
No es difícil adivinar que mis primeras relaciones amorosas fueron disfuncionales. Pero, ¿de quién iba yo a aprender a modelar el Amor de pareja, la "relación santa" como la denomina "Un Curso de Milagros"?
Por supuesto, las cosas no tienen porqué ser iguales para ti: al final, la decisión de regresar al Amor o exiliarse de Él siempre es nuestra.
Pero mientras no nos hagamos conscientes de nuestras carencias, compulsiones, adicciones, ciclos sin cerrar, resentimientos, miedos (los que heredamos de nuestros padres y los que fabricamos nosotros)… en fin, mientras no concienciemos nuestra propia falta de Amor, ¿cómo vamos a encontrar Amor en el prójimo?
Si no somos imagen y semejanza del Amor… ¿cómo esperamos reflejarlo en nuestras parejas?
¿Cómo vamos a tener libre albedrío para amar cuando nuestra mente es una celda sellada con barrotes templados en el infierno de rencores añejos, soledades actuales, manías indeclinables y terrores futuros?
Porque nuestras relaciones de pareja (o la ausencia de ellas) no son más que un fiel reflejo de nuestra realidad interior.
Sí: extendemos la guerra civil que hay en nuestra Alma, en nuestro corazón, escogemos a nuestro más fiel y fiero contrincante… ¡para escarnecernos y odiarnos hasta que el divorcio, el tedio o la muerte nos separen!
El Amor no llega solo
Hacia los 26 años, tras varios descalabros sentimentales, me di cuenta de algo fundamental.
Mis relaciones parecían calcadas en papel carbónico.
Reparé en que repetía un idéntico ciclo: candente enamoramiento con una chica de tipo intelectual; sexo festivo en los inicios; luna de miel de tres meses; tras ese trimestre de ensueño, afloraban los fantasmas internos y las heridas emocionales de cada quien; interminables discusiones; infinitas argumentaciones y contra-argumentaciones; neurótico afán por tener la razón; disputa por ver quién dominaba al otro; en este punto, la dulzura inicial ya había degenerado en trato hosco, abiertamente hostil; cotidianidad del insulto, adicción al sarcasmo; uno o dos años después, la relación terminaba de manera abrupta: una postrera rabieta en un hotel; una acalorada discusión en un restaurante, en la que alguno de los dos se levantaba de la mesa para no volver a ver al otro; una última llamada telefónica, acabada en intempestivo trancazo del auricular.
Llegó un día en que deduje lo inocultable: si los ciclos de mis relaciones se repetían idénticamente... ¡el responsable de esas repeticiones era yo… y nadie más que yo!
El Amor no llegaba a mi Vida porque yo mismo no era Amor.
Nótese que digo responsable y no culpable.
Se llama responsable a una persona que es capaz de dar respuesta a las situaciones de la Vida.
En cambio, desde nuestra neurótica percepción, a quien asignamos el rol de culpable ya no es capaz de dar respuestas; nada válido nos puede ofrecer: hizo algo que consideramos tan malo, tan espantoso, que –en nuestro iracundo parecer- lo único que merece es un contundente castigo.
Confucio, el venerable sabio chino, decía hace siglos que "un error es una equivocación que no ha sido corregida". Esa es la saludable perspectiva del Amor (y la del Dios que es Amor): nuestras fallas deben ser corregidas, no castigadas. En tal sentido, cuando observemos que algo no funciona en nosotros, ¡por favor!, no nos culpemos, no nos condenemos: simplemente, corrijamos.
La responsabilidad es una actitud sanadora, que nos hace recuperar nuestro poder personal y nos permite transformar –a veces en lapsos muy cortos- nuestras existencias. La responsabilidad nos instala en el tiempo presente porque no importa lo que hayamos hecho en el pasado: el pasado siempre puede ser trascendido, corregido, dejado atrás. En palabras de Deepak Chopra: "Si pudieras vivir en este instante presente, serías inmensamente feliz".
La culpabilidad es un sentimiento neurótico que eterniza manías, miedos, adicciones, conflictos y venganzas. Nos desaloja del tiempo presente –hogar del Amor perfecto- y nos instala de lleno en los remordimientos del pasado, en los apocalipsis del futuro. Es fuente permanente de dolor; entontece nuestros pensamientos; mutila nuestra cordura.
Sólo cuando nos damos cuenta de que somos los responsables por los que nos sucede –lo cual incluye nuestras relaciones sentimentales- es que podemos empezar a hacer drásticas correcciones en nuestro estilo de Vida. Mientras culpemos a los demás de nuestro caos (en especial, a nuestras parejas), será imposible cambiar nuestra realidad afectiva.
¿Eres emocionalmente responsable?
La mayoría de las relaciones de pareja están constituidas por personas que, hasta ahora, no se han hecho responsables de su realidad mental, emocional y espiritual; no han sanado las heridas heredadas de sus padres ni han concienciado su profunda separación del Amor. Y cuando nos creemos separados del Amor, se suscita en nosotros una percepción que castra toda posibilidad de unidad con la pareja: nuestra percepción de escasez.
Sí, la verdad es que la gran mayoría de nosotros nos percibimos como seres incompletos. Cunden en nuestra mente cientos y cientos de miedos… y cada miedo (la emoción opuesta al Amor) es un (falso) recordatorio de lo incompletos y escasos que somos, es un obstáculo que impide vivenciar el Amor a plenitud.
Para llenar la escasez que experimentamos –y en busca de aquellos atributos de los que supuestamente carecemos- nos relacionarnos con una pareja para que nos complete. Pero de este tipo de unión nunca surge abundancia: sólo multiplica la escasez. Como no podemos abundar en algo que no hay (Amor) proyectamos en nuestra pareja lo que sí abunda –nuestros sentimientos de carencia, privación y culpa.
Cuando nuestra guerra civil interior se unifica con la de nuestra (o) novia (o), esposa (o) o compañera (o), creemos que ella/él es quien nos despoja de la Paz que nosotros mismos nos hemos arrebatado. Así, al proyectar la culpa sobre nuestro amante, la usamos como amargo substituto del Amor. La culpa extiende y democratiza nuestras miserias, desdichas, aflicciones… ¡y hace que nuestro infierno personal se convierta en infierno compartido con nuestra pareja!
¿Cómo saber si somos mental, emocional y espiritualmente responsables? Muy fácil: contemplemos la pareja (o falta de ella) que nuestro Amor o desamor ha proyectado… ¡ella es nuestro espejo, nuestra respuesta!
Cómo transformar la miseria afectiva en amorosa abundancia
El río fluye hacia el mar –no al revés; del manantial mana agua –no brea o petróleo; cierto: nuestra fe puede mover montañas –pero antes, es requisito indispensable que encontremos en nuestro interior ese inmenso poder que permite trasladar cerros.
De igual manera, no busquemos el Amor afuera –¡allí jamás lo descubriremos!: primero hallémoslo dentro de nosotros mismos –sólo así podremos extenderlo hacia los demás.
Ya sabemos dónde hallar el Amor.
Pero, ¿cómo hallarlo?
¿Cómo transformar nuestra escasez afectiva en amorosa abundancia?
Bueno, ése puede ser el trabajo de toda una Vida… ¡o de un instante! Es nuestra decisión.
Y te lo digo por experiencia propia: es el trabajo más interesante, divertido y trascendente que puedas emprender.
Para hallar el Amor, tenemos que despejar los obstáculos que nosotros mismos creamos para separarnos de Él.
Sólo eso.
Claro, "sólo eso" puede llevarnos existencias enteras.
Y en realidad, no hay "obstáculos" –sólo hay uno: su nombre –pese a los muchos sinónimos que le damos- es miedo.
Leemos en "Un Curso de Milagros": "las relaciones que entablamos en este mundo son el resultado de cómo vemos el mundo. Y esto depende de la emoción a la que se pidió que enviara sus mensajeros para que lo contemplasen y regresasen trayendo noticias de lo que vieron. A los mensajeros del miedo se les adiestra mediante el terror y tiemblan cuando su amo los llama para que le sirvan. Pues el miedo no tiene compasión ni siquiera con sus amigos. Sus mensajeros saquean culpablemente todo cuanto pueden en su desesperada búsqueda de culpabilidad (…) No hay miedo en el mundo que tú mismo no hayas sembrado en él".
También dice: "El miedo contempla la culpabilidad con la misma devoción que el Amor se contempla a sí mismo (…) La percepción no puede obedecer a dos amos que piden distintos mensajes en lenguajes diferentes. El Amor pasa por alto aquello en lo que el miedo se cebaría. Lo que el miedo exige, el Amor ni siquiera lo puede ver". Al enviar a tan afectuosos mensajeros "nunca más verás el miedo. El mundo quedará transformado ante tu vista, limpio de toda culpabilidad y teñido de una suave pincelada de belleza (…) Si los envías, sólo verán lo bello y lo puro, lo tierno y lo bondadoso. Tendrán el mismo cuidado de que no se les escape ningún acto de caridad, ninguna ínfima expresión de perdón ni ningún hálito de Amor".
"Ninguna ínfima expresión de perdón": ¡esto es clave!
En el sistema de pensamiento del miedo, vemos a los otros como "enemigos" (seres a los que percibimos "inferiores" si los vencemos; "superiores" si nos derrotan) o como "salvadores" (personas que percibimos superiores a nosotros; al parecernos "más capaces", "más completas", "más abundantes" les cedemos nuestro poder personal: puede ser nuestra actual pareja, un gurú o un líder político); es fácil saber cuándo el miedo está haciendo estragos en nuestra visión del mundo: siempre nos hace sentir culpables, inferiores, superiores o separados del prójimo.
En cambio, el sistema de pensamiento del Amor te hace percibir al otro como hermano o hermana –ni por encima ni por debajo de ti; la visión amorosa quita poder a las culpas y trasciende las supuestas diferencias que nos separan de los demás; nos permite asimilar la sensación de ser Uno con el resto de los seres… y sólo desde allí podemos vivir la verdadera experiencia del perdón.
El perdón neurótico –el falso perdón nacido del miedo- implica una víctima, un victimario y una ofensa que disculpar; la víctima concede el perdón al victimario "como una gracia", en virtud de su (transitoria) "superioridad moral" y la probada "inferioridad moral" de su agresor; en el juego del miedo, víctima y victimario intercambian roles constantemente, aliados en la ardua tarea de culparse y temerse el uno al otro; con frecuencia, se "perdonan" con ese perdón que nada perdona, que nada olvida (apenas una fugaz tregua entre los viejos odios acumulados y el nuevo odio por venir). De tal suerte, podemos pasar un año, una década o medio siglo enzarzados en una relación de almas separadas –unidas para victimizar y victimizarse.
El auténtico perdón –nacido en el seno del Amor- es mucho más sencillo: surge cuando nos hacemos responsables de nuestras acciones, trascendemos la adicción de culpar al prójimo y dejamos atrás el atroz jueguito de jueces y reos, víctimas y victimarios; el verdadero perdón reconoce que lo que supuestamente nos hicieron otros, en realidad, nos lo hicimos nosotros mismos; así las cosas, perdonamos a nuestros semejantes por lo que no nos hicieron… ¡y nos perdonamos a nosotros mismos por no habernos hecho responsables de nuestros asuntos y relaciones en este tiempo presente!
El Amor siempre perdona a sus enemigos
El perdón siempre será necesario mientras contemples en el prójimo a un contrincante, a un oponente (sobre todo, cuando ese rival es tu pareja); pero cuando nuestra percepción está saturada de Amor incondicional, el perdón deja de ser necesario, pues el Amor es incapaz de contemplar enemigo alguno.
A tal respecto, la mística norteamericana Mary Baker Eddy sentencia: "¿Quién es tu enemigo a quien debes amar? ¿Es un ser viviente o una cosa que no es sino fruto de tu propia creación? ¿Puedes ver un enemigo, a menos que primero le hayas dado forma y luego contemples el objeto de tu propia concepción? ¿Qué es lo que te daña? ¿Pueden las circunstancias o cualquier otra cosa creada separarte del Amor que es el bien omnipresente –que bendice infinitamente a uno y a todos? (…) Ama a tus enemigos es idéntico a No tienes enemigos. El Amor no mide con la vara de la justicia humana, sino con la misericordia divina (...) La única justicia que me siento capaz de hacer ahora es la de la misericordia y la caridad hacia todos".
Claro, a la mayoría de nosotros nos llevará algún tiempo alcanzar esta visión tan clara de las cosas. Porque es evidente que cuando nos deslizamos del sistema de pensamiento del miedo (basado en la culpa y el ataque) al sistema de pensamiento del Amor (basado en la responsabilidad y el perdón), pasamos por un período de transición, una zona grisácea como la que están atravesando nuestras queridas Marías (o como la que está recorriendo el redactor de esta nota).
Es normal sentirse "estéril" como María M., nuestra amiga chilena, porque ya estamos hartos de fabricar relaciones neuróticas de pareja, pero aún estamos aprendiendo a extender el incipiente torrente de Amor que empieza a manar de nosotros (aún no tenemos pericia para establecer "relaciones santas"); o –como muy honestamente confiesa María Z., la amiga argentina- nos hacemos conscientes de ese "mar de odio" interior que aún hay que limpiar, regenerar, sanar.
En uno u otro caso, queridas Marías, al transitar por esa pantanosa región intermedia, el Amor ya está haciendo sentir en ustedes sus benignos efectos: la firme voluntad de romper el ciclo del miedo, la culpa y el desamor; la renuencia a repetir errores y –lo más importante- el afán de corregirlos; la actitud de buscar ayuda –en los amigos, en los libros, en los guías, en el ayuno, en la oración, en las disciplinas espirituales, en los maestros, y sobre todo, en el Dios que es Amor; después, es inevitable que sobrevengan un creciente estado de confianza, una gradual curva de mejora (con sus eventuales caídas y retrocesos); finalmente, en la medida que transformemos cada culpa en gozoso aprendizaje, cada rencor en perdón, cada enemigo en amado prójimo, cada miedo en fulgurante alegría, todas las ayudas y requerimientos que necesitemos en nuestro viaje de regreso al Amor aparecerán (esto lo sé con certeza: mientras sano y rehabilito mi percepción de la Realidad, todos los recursos necesarios me van siendo facilitados por la divina gracia del Uno).
El cantautor español José Luis Perales pinta muy bellamente la experiencia del afecto incondicional en esa inmejorable plegaria que es su canción "Por Amor":
Es hermoso el paisaje si hay color
Es hermoso entregarse por entero a alguien
Por Amor
Por Amor
Es más corto el camino si somos dos
Es más fácil fundirse si hay calor
Es mejor perdonarse que decir "lo siento"
Es mejor
Es mejor
Por Amor
Es fácil renunciar y darlo todo sonriéndote
Por Amor
Es fácil abrazar a tu enemigo sonriéndole
Por Amor
Es más fácil sufrir la soledad
Por Amor
Es más fácil vivir en libertad
Sí, definitivamente el poeta Perales lleva razón: el Amor siempre sonríe cuando perdona y abraza a sus enemigos.
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