La felicidad es natural: lo que se “consigue” es la falta de felicidad
A lo largo de nuestras vidas, nos han convencido que tenemos que ser más y mejores de lo que ya somos. El mensaje que se ha grabado en nuestras mentes es que necesitamos más: más madurez, más belleza, más éxito, más dinero, más inteligencia, más sabiduría...
A lo largo de nuestras vidas, nos han convencido que tenemos que ser más y mejores de lo que ya somos. El mensaje que se ha grabado en nuestras mentes es que necesitamos más: más madurez, más belleza, más éxito, más dinero, más inteligencia, más sabiduría.
Desde el momento en que nos convencieron de que necesitamos ser y tener más, no hemos parado y apenas hemos podido descansar. Ahora, de adultos, naturalmente estamos agotados. Llevamos corriendo de un lado a otro, de una relación a otra, de un trabajo a otro… y ¿que hemos conseguido? Seguimos sin haber encontrado la felicidad que buscamos.
Sentimos que estamos rotos y tenemos que arreglarnos. Buscamos la solución en un sitio tras otro, en una cosa tras otra, en una persona tras otra, en una idea tras otra… siempre con la certitud de que si encontramos la solución adecuada, podremos arreglarnos de una vez por todas y por fin, de una vez por todas relajarnos y descansar, estando contentos de quien somos.
Pero el proceso de buscar algo más para ser feliz es interminable y no da resultado. De hecho, el esfuerzo de buscar algo externo que nos vaya a proporcionar la felicidad es en si lo que nos mantiene separados de ella.
Lo que cada ser humano busca en el fondo es una felicidad duradera, cosa que si existe pero que no se deriva de las cosas; procede del interior. Es la simple felicidad de un niño, que no tiene porque desvanecerse con la edad adulta, y que por mucho tiempo que pase puede recuperarse una vez se haya “perdido.”
Esta felicidad es el estado natural de todo ser viviente. No se justifica por una razón intelectual; se basa en la alegría de existir, y por muy poco que lo parezca, siempre se manifiesta en nuestras vidas.
El problema ocurre cuando nos convencemos de que necesitamos una razón para ser felices, que la felicidad depende de factores externos que tenemos que alcanzar. Para alcanzarlos, tenemos que cambiar, mejorarnos, y para mejorar hace falta resistirnos a – y por consiguiente ignorar – nuestra naturaleza.
He aquí donde empieza el sufrimiento tan complejo que bien conocemos y que nunca acabará hasta que aprendamos una vez más a aceptar nuestra naturaleza. Alguien nos ha convencido de que no podemos fiarnos de ella, y por tanto nos hemos impuesto un rígido código de conducta para evitar caer en comportamiento no aceptado por la sociedad.
Pero ¿sabemos realmente lo que pasaría si nos permitiésemos ser naturales en todo momento? Quizás no es verdad que nos convertiríamos en salvajes, interesados solamente en la violencia y el sexo (que no se aleja, por cierto, de los intereses que muestra en gran parte nuestra sociedad actual).
La respuesta es que realmente no necesitamos un proceso de censura interna para vivir con respeto y amor en el mundo. No tenemos que encerrarnos en una prisión mental. Si queremos ser felices, tendremos que desmontar esta prisión y dejar de basar nuestro sentido de validez en factores externos. Tenemos que aprender a ser felices “porque sí”, simplemente porque queremos y nos lo merecemos, sin necesitar otro motivo.
¿Realmente hace falta alguna otra razón?
La felicidad no depende de razones; es la falta de felicidad que depende de ellas para perpetuarse. Cuando dejamos de creer en las razones por las cuales no podemos ser felices, solo queda lo natural, lo simple, la felicidad incondicional.
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